Cuando entregamos nuestra vida a Jesús, el Espíritu Santo produce un cambio esencial en nuestro interior, libera nuestra mente y corazón, y nos lleva a tener una vida espiritual renovada. Esta transformación nos lleva a desear a Dios y su presencia con tal pasión que queremos crecer mas y mas en el.
Un cambio como este comienza a darse cuando morimos poco a poco a las viejas costumbres pecaminosas. La santidad llega a ser parte de nuestra nueva vida y comenzamos a amar lo que Dios ama y a rechazar lo que él rechaza.
Tenemos la capacidad y Dios nos ha dado un libre albedrío para elegir cualquier camino, seguir y obedecer a Dios caminando en santidad y alejándonos del pecado; o continuar por una vía desolada que nos llevara a un final de fracaso y muerte.
Amar a Dios es limpiarnos del pecado, andar en paz y santidad, porque sin ellas no veremos a Dios (Hebreos 12:14). Si nos equivocamos, debemos arrepentirnos, recibir el perdón y enderezar el camino.
“Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman”. Santiago 1:12
Declaremos que por el Espíritu Santo venceremos toda tentación y no daremos lugar al mal, en el nombre de Jesús.
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