Una señora pasaba el verano en una región montañosa de Suiza. Un día, mientras subía la ladera de una montaña encontró un aprisco y, andando hacia la puerta, miró dentro. Allí estaba el pastor sentado, rodeado de su rebaño, mientras que cerca, en un montón de paja había una sola oveja con la patita entablillada.
Cuando la señora expresó simpatía por el animal que sufría, el pastor le dijo: Señora, la pata se la rompí yo.
La señora manifestó su asombro de que un pastor, a propósito, hubiera roto la pata de una de sus ovejas, por lo que el hombre contestó: Señora, de todas las ovejas que tengo en el rebaño, ésta es la más obstinada y revoltosa. Y no sólo es desobediente ella misma, sino que siempre está descarriando a las demás ovejas del rebaño. Ya tengo experiencia con ovejas de este tipo, así que le rompí la pata. El primer día después de esto, cuando le llevé de comer, intentó morderme la mano, por lo que la dejé un par de días antes de volver a ella. Y entonces no sólo aceptó el alimento, sino que me lamió la mano y dio muestras de gran sumisión y aún afecto. Más adelante, cuando esta oveja esté bien, será el modelo de las ovejas del rebaño. No habrá ninguna otra oveja que oiga mi voz y siga más rápidamente que ella. En su vida tendrá lugar una transformación completa; dejará de ser revoltosa y se volverá obediente, algo que habrá aprendido mediante el sufrimiento.
Existen ocasiones en las que Dios permite que pasemos circunstancias dolorosas para aprender a ser obedientes.